En una sala de un nosocomio psiquiátrico, descansa el más grande creador de canciones del final del siglo XX en la Argentina. Afortunadamente, sin cuervos sobrevolándolo a la espera de exclusivas periodísticas. Pero no ocurre lo que decía en su añeja canción, no está solo.
En un gesto ciertamente insólito como el que tuvo Pappo a sus 21 años, cuando escribió “yo soy un hombre bueno, lo que pasa es que me estoy viniendo viejo”, Charly García alumbró su memorable “Cuando ya me empiece a quedar solo” en los días en que también tenía 21 y no había grabado aún ni un solo disco y no conocía la fama ni el dinero. Es aquel en el que ¿haciendo futurología?, anunció su mañana… que resultaría ser tremendamente parecido al presente suyo de estas horas.
“Cuando ya me empiece a quedar solo”, Sui Generis, 1973
Porque hoy Charly, al despertarse de su sueño de medicamentos, abre los ojos y solo tiene a un televisor inútil como una eléctrica compañía, en esa prisión que no es suya.
Al menos, esa reclusión le sirve para descansar y para no estar expuesto a los medios. Después de los episodios de Mendoza que le sirvieron a algunos cuervos para regodearse mostrándolo atado en una camilla, rodeado de médicos y paramédicos, Charly está reponiéndose, sedado, para volver a la vida cuando lo dejen y confirmando, de paso, que no le temió ni le teme a la velocidad ni al riesgo pero que quiere vivir, hacer música y seguir inmolándose en la búsqueda de una canción perfecta.
Lo visitan sus afectos cercanos: su hijo Migue, su familia no famosa, Nito, León. Y no hay guardia televisiva en la puerta de la clínica psiquiátrica. Qué bueno.
Pero debería saber Charly que también hay muchos afectos cercanos a él que no lo visitamos por respeto, pero que querríamos –si se pudiese- ir a darle un abrazo, charlar un rato, de cualquier cosa, y hacerle sentir que también estamos en ésta brava.
Soy -y presiento que no soy el único- alguien que tiene memoria y sabe cuándo nos dio y nos puede seguir dando con la generosidad de los artistas de verdad.
Y, pienso: a alguien como Charly García, único, irrepetible, indispensable, que nos muestra el mejor camino con su sensibilidad, su sensatez y su creatividad, cómo lo vamos a dejar solo en el momento en que está mal.
Así que, Charly, tu canción avizoraba algunas cosas que sí se dieron, pero no estás solo.
Reconocemos que, después de aquellas formidables de tiempos idos, como las de las horas tenebrosas del país de la dictadura, te mandaste otras… que mejor olvidar. Zarpadas, y zarpadas inútiles, como el coqueteo con Menem. Qué pena. O como tantos desplantes y desaires y trompadas a gente que no los merecía.
Pero bueno, al menos habrá que reconocerte que habíamos sido avisados, cuando dijiste en una canción que a veces sos insoportable, o cuando publicaste un disco grabado en vivo ante 250 mil personas y lo llamaste “Demasiado ego”.
Y cuántas pistas más nos diste. En “Chicas muertas” -¿alguien se acuerda de ese tema, que fue central de una obra teatral llamada “Terapia intensiva” –mirá vos- en 1984?-, escribiste: “No dejes de mirarme en la pared”, y la pared es The Wall, y en The Wall el artista tira televisores por la ventana y alucina monstruos en su habitación hasta que vienen a buscarlo para ir al show y en el camino lo reaniman para que pueda salir a decirle a la multitud, que lo espera ardiente, que ahí está ¡El!…
Hace algunos años -muchos en verdad, fue a mitad de los 90-, Luis Alberto Spinetta nos dijo para un documental sobre la historia del rock argentino que estábamos haciendo en MTV Latino, que Charly García estaba (y se puede actualizar, porque sigue estando) “en un período Van Gogh” pero “afortunadamente, con las dos orejas”. Y concluía, sabio: “Por lo tanto, podemos esperar que sus obras nos sigan iluminando”. Sí, podemos.
Que te pongas bien, querido flaco.
Por Victor Pintos