Se podría proponer un juego. Tomar una determinada cantidad de frases, escribirlas sobre una cartulina, recortarlas prolijamente y después ponerlas en una bolsa. Agitar a gusto. Formular una pregunta, extraer una cartulina al azar y encontrar una respuesta original y sorprendente. Pueden ser frases de canciones o declaraciones a la prensa. El secreto es que sean de Charly García.
A lo largo de más de tres décadas, él ha sido un fantástico observador de los usos y costumbres de los argentinos. Y sus comentarios, agudos, inteligentes, ácidos, humorísticos y originales, han definido a un artista fuera de serie. Primero con Sui Generis y La Máquina de Hacer Pájaros, después con Serú Girán y finalmente como solista, Charly ha creado un enorme repertorio musical en el que la excelencia sonora se dio cita con una pluma fina e irónica por igual. Cualidades que se olvidan a la hora de narrar su última crisis personal.
En momentos de fuerte zozobra, cuando el personaje mediático siempre se devoró sin contemplaciones al artista magnífico, hay que rescatar al creador, al pianista genial; al compositor que logró que tres generaciones de argentinos lo pusieran en un lugar preciado, bien cerca del corazón. Si consultáramos en la bolsa de sus canciones y sacáramos un papelito, seguramente nos tocaría el que dice, en Inconsciente colectivo (1982): “Es necesario cantar de nuevo una vez más”.
A lo largo de más de tres décadas, él ha sido un fantástico observador de los usos y costumbres de los argentinos. Y sus comentarios, agudos, inteligentes, ácidos, humorísticos y originales, han definido a un artista fuera de serie. Primero con Sui Generis y La Máquina de Hacer Pájaros, después con Serú Girán y finalmente como solista, Charly ha creado un enorme repertorio musical en el que la excelencia sonora se dio cita con una pluma fina e irónica por igual. Cualidades que se olvidan a la hora de narrar su última crisis personal.
En momentos de fuerte zozobra, cuando el personaje mediático siempre se devoró sin contemplaciones al artista magnífico, hay que rescatar al creador, al pianista genial; al compositor que logró que tres generaciones de argentinos lo pusieran en un lugar preciado, bien cerca del corazón. Si consultáramos en la bolsa de sus canciones y sacáramos un papelito, seguramente nos tocaría el que dice, en Inconsciente colectivo (1982): “Es necesario cantar de nuevo una vez más”.
Detrás de las paredes
Al igual que muchos otros músicos de su generación, Charly García es discípulo de The Beatles. El grupo de Liverpool fue el elemento catalizador en el que pudo insertar toda esa otra cultura que aprendió tempranamente, la relacionada con la música clásica, que lo llevó a recibirse de profesor de piano, teoría y solfeo a los doce años. Chopin, Mozart y Beethoven combinados con Lennon, McCartney y Dylan. Sin embargo, poco de esto puede reconocerse en Sui Generis, el dúo que García formó a fines de los años 60 con Nito Mestre y otros, el que debutó discográficamente con Vida, en 1972. Allí hay una ternura folk adolescente, con el colegio aún presente y las preguntas de la vida adultas esbozadas y, a veces, respondidas con un toque entre pícaro e ingenuo. Para una generación que egresaba del secundario, Vida se transformó en una hoja de ruta: Canción para mi muerte fue de interpretación obligatoria en los fogones de los jóvenes de la época. Décadas más tarde, Charly se rio de esto: “Siempre nos asociaron con el fogón. ¿No podían hacer un asado?”
Sui Generis trajo después Confesiones de invierno, bellamente triste, profético por momentos (“Estoy desnudo/ si quieren verme/ bailando a través de las colinas”, cantaba la fábula de un rey destronado, aplicable a varios candidatos posibles), y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, donde surge la ironía clásica de Charly, aun a pesar de la censura padecida. La separación del dúo en el Luna Park, el 5 de septiembre de 1975, se convirtió en un disco doble, en una película (prohibida por varios años) y en un hito de la historia rockera local. Sui Generis dejó una marca profunda en una generación que los apreció de primera mano, y también en varias por venir. Eran el pulso adolescente hecho canción.
La Máquina de Hacer Pájaros, como su nombre lo indica, fue un grupo de alto vuelo, con dos tecladistas (el propio Charly y Carlos Cutaia) y un concepto de música de alta elaboración con un toque de música ciudadana. Tiempos en que el rock y Piazzolla estuvieron muy cerca. Pero La Máquina tuvo un funcionamiento breve, dejó dos álbumes exquisitos, y a fines de 1977 dio paso a una nueva creación de García: Serú Girán, un dream team que vinculó a Charly García con David Lebon, Pedro Aznar y Oscar Moro. Tras un comienzo deslucido, en el que no lograron sintonizar con el público, con tanto talento como tesón Serú Girán terminó consagrándose como “los Beatles argentinos”. Ya Charly había compuesto Seminare, Viernes 3 AM, Canción de Alicia en el país y Desarma y sangra, entre muchas otras enormes canciones. Su lugar en la historia estaba asegurado.
Pero sólo era el comienzo.Desde 1982, Charly García fue un solista, y el primero del rock argentino en colmar un estadio de fútbol al calor del clima post-Malvinas; también primereó en conseguir un sponsor y crear un espectáculo que nada tenía que envidiar a los internacionales.
Al igual que muchos otros músicos de su generación, Charly García es discípulo de The Beatles. El grupo de Liverpool fue el elemento catalizador en el que pudo insertar toda esa otra cultura que aprendió tempranamente, la relacionada con la música clásica, que lo llevó a recibirse de profesor de piano, teoría y solfeo a los doce años. Chopin, Mozart y Beethoven combinados con Lennon, McCartney y Dylan. Sin embargo, poco de esto puede reconocerse en Sui Generis, el dúo que García formó a fines de los años 60 con Nito Mestre y otros, el que debutó discográficamente con Vida, en 1972. Allí hay una ternura folk adolescente, con el colegio aún presente y las preguntas de la vida adultas esbozadas y, a veces, respondidas con un toque entre pícaro e ingenuo. Para una generación que egresaba del secundario, Vida se transformó en una hoja de ruta: Canción para mi muerte fue de interpretación obligatoria en los fogones de los jóvenes de la época. Décadas más tarde, Charly se rio de esto: “Siempre nos asociaron con el fogón. ¿No podían hacer un asado?”
Sui Generis trajo después Confesiones de invierno, bellamente triste, profético por momentos (“Estoy desnudo/ si quieren verme/ bailando a través de las colinas”, cantaba la fábula de un rey destronado, aplicable a varios candidatos posibles), y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, donde surge la ironía clásica de Charly, aun a pesar de la censura padecida. La separación del dúo en el Luna Park, el 5 de septiembre de 1975, se convirtió en un disco doble, en una película (prohibida por varios años) y en un hito de la historia rockera local. Sui Generis dejó una marca profunda en una generación que los apreció de primera mano, y también en varias por venir. Eran el pulso adolescente hecho canción.
La Máquina de Hacer Pájaros, como su nombre lo indica, fue un grupo de alto vuelo, con dos tecladistas (el propio Charly y Carlos Cutaia) y un concepto de música de alta elaboración con un toque de música ciudadana. Tiempos en que el rock y Piazzolla estuvieron muy cerca. Pero La Máquina tuvo un funcionamiento breve, dejó dos álbumes exquisitos, y a fines de 1977 dio paso a una nueva creación de García: Serú Girán, un dream team que vinculó a Charly García con David Lebon, Pedro Aznar y Oscar Moro. Tras un comienzo deslucido, en el que no lograron sintonizar con el público, con tanto talento como tesón Serú Girán terminó consagrándose como “los Beatles argentinos”. Ya Charly había compuesto Seminare, Viernes 3 AM, Canción de Alicia en el país y Desarma y sangra, entre muchas otras enormes canciones. Su lugar en la historia estaba asegurado.
Pero sólo era el comienzo.Desde 1982, Charly García fue un solista, y el primero del rock argentino en colmar un estadio de fútbol al calor del clima post-Malvinas; también primereó en conseguir un sponsor y crear un espectáculo que nada tenía que envidiar a los internacionales.
Por Sergio Marchi
Fuente: www.lanación.com.ar